No somos marcianos

Faltaban quince minutos para las nueve de la noche. Apenas un foco al final del callejón alumbraba la inmundicia de aquel lugar en medio del silencio, cada vez más profundo. Y él entró en escena.

Era un hombre no muy alto, vestido con ropa casual y un par de detalles invisibles en esa oscuridad, excepto uno, quizás el más importante, un portafolio que sujetaba fuertemente en la mano.

Su corazón latía muy rápido alterando la quietud a medida que sus pasos aceleraban el ritmo.

Parecía que los había perdido, fue una larga fuga y en sus ojos el miedo aún se sentía.

—Creo que los perdí, al menos por ahora, pero no tardarán en encontrarme,  mejor me quedo aquí. Mañana será otro día —murmuró Benjamín.

Caminó un poco como examinando el lugar, todo parecía normal, extrañamente no sentía hambre solo un poco de cansancio.

A medida que transcurría el tiempo, se iba haciendo consciente del entorno burdo y agitado: borrachos y prostitutas en los rincones y una que otra “gente de bien”, sacando la basura a la calle.

En el fondo, dos voces agudas iniciaban una charla trivial:

—Fue una buena noche, ¿no crees?

—Sí, pero ya estoy cansada. Creo que un día de estos… en fin ¿vamos de compras mañana?

Pasó al lado de ellas sin ser visto. Que nadie perciba su presencia era lo mejor que le podía suceder, ya que  también ignoraban lo que llevaba. Lo importante era estar lejos de ellos, al menos por unas horas más.

Fue otro escape exitoso, nadie podía sospechar que ese hombre era un asesino, un ladrón o un...

Los minutos avanzaban, la desesperación crecía y el miedo lo asediaba con más fuerza que antes. Tener consciencia del tiempo puede alterar a cualquiera, mucho más a  Bejamín.

Sabía que ellos volverían, por eso necesitaba deshacerse del portafolio;  pero primero encontrar a los tres sujetos que perderían su vida en unas cuantas horas. Y estaba cerca, muy cerca de su objetivo.

Fue entonces que esa voz surgió, provenía de un antro con puertas viejas y música retro. El tiempo era demasiado corto para pensarlo, así que actuó.

Era deprimente pero a nadie le importaba,  al entrar lo miraron y nada más, no pasaba de ser un tipo normal.

Se sentó en un extremo lo suficientemente cerca como para escuchar a los tres sujetos que estaban sentados próximos a él.

Y comenzó lo que podría ser la conversación más extraña en un sitio normal.

—Una noche encaprichada con la lluvia y un loco absolutamente suelto sin saber qué hacer, creo que fue así.

Sí, probablemente ese es el recuerdo más claro de aquella gran jaula en la que me encontraba, era demasiado grande, con muchas personas y un solo imbécil soportándolo todo, creyendo todavía que los cuentos de hadas existen.

La conclusión de mi historia: una sonrisa al lado de la nada y siempre dentro de esa jaula ¡Salud por eso!

Con un vaso de whisky selló su relato.

—Oye espera —lo interrumpió ella,  sí era realmente ella. Prosiguió con su historia.

—Creo que tenemos algo en común, también yo sonreí, sonreí muchas veces; pero una única vez de verdad, imposible olvidarla, aún veo su sangre y siento el peso de su cuerpo yacer en el suelo. Tenía que morir, no tiene sentido una vida que solo sirve para crear y jamás destruir.

Podría decirte que lo maté...no estoy segura, la música era demasiado fuerte y las luces…habían muchas. Lo ves,  no es lógico un crimen a plena luz de la noche. ¡Ahí siempre fue de noche! ¿O me equivoco?

Un silencio incómodo en la mesa y el último intervino:

—¡No más lamentos de esa jaula de lujo! ¿Qué acaso las 4500 horas ahí no han sido suficientes para perder la cabeza?

Yo no me considero loco ni cuerdo, simplemente no pienso, no siento y aunque no crean es suficiente para morir y hasta a veces se es feliz.

Y la noche, la noche es hermosa, no se dan cuenta que solo en la noche, se ama, se mata, se ven estrellas y Dios te hace un poco de caso; casi todo a la vez y sin nada de miedo.

Yo soy realmente feliz, aunque ...a veces quisiera encontrar la llave de mi buró, me parece haberla perdido y creo necesitarla. ¡Salud por eso!

Y se escuchó una carcajada de los tres sentenciados.

En ese momento, Benjamín lo supo todo. Un frío helado pasó por su cuerpo y la certeza plena lo atrapó.

Era demasiado tarde, ahora él también moriría, o mejor, ahora sólo él moriría.

Las verdades de ese portafolio ya nadie más las conocería, no servirían de nada, después de todo, el tiempo hace lo suyo.

Ya eran las 12: 45 de la noche, el cielo se iluminó con extrañas luces,  el antro estaba lleno de gente, no se dio cuenta en qué momento pasó. Todos comenzaron a tomar y a  bailar con frenesí.

Un ahora más tarde; llegaron ellos, los acosadores, los cazadores, los justicieros. Benjamín ya no tenía por qué huir.

Los tres de la mesa se pusieron de pie y empezaron a salir del bar, disimuladamente custodiados.

La mujer se detuvo, miró fijamente a Benjamín, se acercó lentamente y le dijo al oído: “Lamentamos no poder llevarte”.

Él sonrió con disimulo, dejó el portafolio en la mesa y pidió una cerveza fría.


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