Ciudad mojada



El reloj de la sala marcaba las 22:57. Él como siempre a esa hora, se encontraba en su sillón favorito mirando a la calle con los latidos de su corazón enloquecidos.
Ya pronto sería el momento de salir y tal vez esa noche...

El pánico no le dejaba pensar, sabía que tenía que encontrar un escape, que podía hacerlo; pero simplemente no quería o no sabía cómo.

Los minutos avanzan, eran las 23:38 cuando tomó el paraguas y se dirigió a la calle como estaba; así, igual que todos los días, con su pantalón oscuro hasta los talones, su camisa blanca arrugada y el abrigo café que hizo suyo cuando murió su padre.

El cielo esa noche tenía más estrellas de las acostumbradas, y las calles menos gente de la esperada; cuando se dio cuenta, era él solo en la inmensidad de aquel callejón apenas alumbrado y sin fin próximo.

Sus pasos denotaban temor, un frío helado corría por su cuerpo, sus manos transpiraban y el silencio cada vez más pesado, parecía hacerle escuchar la circulación de su sangre,  ¿sería la señal?

Entonces una voz áspera, ronca, casi simuladora de eco, se escuchó:

- “¿Por qué intentas escapar si sabes que no puedes hacerlo?”

-No, no quiero escapar, tú sabes que no quiero –contestó gritando con la voz temblorosa mientras se golpeaba la cabeza en la pared del callejón–
-“Imagino que es verdad –dijo la voz– y agregó: No tardes mucho ¿no queremos que el reloj avance demasiado rápido, verdad?

Y entonces desapareció. Un silencio profundo dominó el lugar.

Benjamín levantó la cabeza, limpió sus viejas botas cafés, dio la vuelta y emprendió el regreso.
Mientras caminaba, intentaba no darse cuenta de la sangre que brotaba de su cabeza, quizás por los golpes, aunque lo más probable era que el dolor de tanto pensar lo había provocado. 

De repente la noche mostraba 
 claros rasgos que amenazaban una 
tormenta, de esas que quieren hacer caer el cielo.

Al darse cuenta de esto, aún en el callejón, levantó la mirada al cielo y se dejó desplomar en la vereda, puso su paraguas a un lado y sonrió mientras las gotas de lluvia empezaban a caer sobre su arrugado rostro.

El reloj marcaba las 23:38.

Comentarios