Mi hombre ideal, “míster Darcy”, que por cierto no es el hombre
perfecto, mas bien es el hombre irreal que trató de salir desbordado del libro
de Jane Austen, la versión de la BBC o la película de Joe Wright a la realidad, para
quedarse en ella.
Al recordar los 200 años en que la
inglesa Austen dio a luz a esta obra, me puse a pensar en el objetivo que la
llevó a “dibujar” tan exquisito personaje. Irónico, enigmático, audaz y
terriblemente honesto, cualidades para desmitificar la barata idea del príncipe
azul pero a la vez, aferrarse a ella.
¿Orgullo y prejuicio?, mejor... “amor
y riesgo”. Hoy quiero pensar en las inexplicables formas en que estas dos palabras se hacen manifiestas
o se camuflan cada día. ¿Qué es el amor? ¿Cuándo arriesgarse? ¿Para qué?
Hay un mundo que siempre se puede
evitar pero al que, paradójicamente, deseamos llegar: la fantasía, no del todo
saludable, por cierto.
Cuando llegamos a ese momento
cada una de las palabras, frases y escenas de “Orgullo y Prejuicio” cobran vida
y parecen verdad irrefutable, simplemente porque después de dos siglos, míster
Darcy sigue siendo el hombre al que perseguimos inconscientes y con espíritu
desesperado.
Creo que enamorarse del
equivocado pensando que es el correcto está de moda, y el tiempo en el que
perseveras en esa idea es el mismo que te toma descubrir la ilusión sociópata
de creernos la excepción, aquella que le hizo a Darcy volcar la mirada y
liberar el prejuicio.
En la vida real, todo apunta a
que esos “finales felices” (aunque duren solo un momento) no existen, pero sí,
hay finales. A veces más a la Darcy, a veces más a la Juan Pérez.
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